2 de Octubre no se olvida

El genocido soobre los jovenes en Tlaltelolco
La sangre de muchos jovenes que nos dieron la democracia

Para que no se repitan estos acntecimientos hay que salir a votar el 2 de junio por quién sea de nuestra preferencia en un país plural millones estarán a favor y en contra pero debemos aceptar la voluntad de las mayoría y dar espacios a las minorías esa es la fórmula de evitar lo que algunos vivimos,

El dos de octubre, quedaría por siempre marcado en mi persona, octubre, ese mes que será por mucho tiempo herida de pueblo, era Tlatelolco, era la tarde, era otra manifestación, era preparar una marcha más de Tlatelolco a Santo Tomás, no quedamos con mi novia que estudiaba en la vocacional que estaba en Tlatelolco  de ver en el jardín cercano a la plaza en Tlatelolco, que afortunados son algunos en la vida, mi compañera María no la dejaron ir ese día por una tarea familiar, el azar la libro de la muerte o por lo menos del cruel sufrimiento, todo es una pesadilla que no se quiere tocar mucho, la tarde el jardín de Tlatelolco, los amigos, la organización, los compañeros los acontecimientos, yo era ya parte de la vida de México, me tocaría ser parte del parto de la Patria, nos reunimos estaba más o menos llena la plaza, algunos compañeros, los de siempre Sócrates Rizzo después gobernador de Nuevo León, en fin, los que arengaban desde el centro de la explanada, yo con otros amigos nos sentábamos en las ruinas cerca y lejos, como hemos pasado la vida de México, cerca y lejos comprometidos, pero “con” miedo, se hablaba, todo era normal los compañeros, los amigos, las familias, los obreros. Era la tarde, quizás las cinco, no sé ya, no quemaba el sol, era de tarde un poco nublada, allá a los lejos el ejército, por la torre de Relaciones Exteriores por el quicio de la Iglesia de Inquisidores, porque el dolor viene siempre de la Iglesia, señal, destino, imaginación o tormento. Durante la matanza de Tlatelolco el párroco mandó cerrar la Iglesia para no contaminarse tal vez con los muertos, la casa de Dios siempre abierta ahora cerrada por los ministros de Dios, los guardianes de la virtud los salvadores de almas, mas no de cuerpos.

 Ese día en la tarde del 2 de octubre de 1968, un día después de la salida del ejército del campus de la UNAM miles de personas se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Mientras tanto, el ejército vigilaba, como en todas las manifestaciones anteriores, que no hubiera disturbios, principalmente porque el gobierno tenía temor de que fuera asaltada la Torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Asimismo, contaban con el apoyo de dos helicópteros: uno de la policía y otro del ejército. Por su parte, miembros del Batallón Olimpia, cuyos integrantes iban vestidos de civiles con un pañuelo o guante blanco en la mano izquierda, se infiltraban en la manifestación hasta llegar al tercer piso del edificio Chihuahua donde se encontraban los oradores del movimiento y varios periodistas.

Cerca de las 5:55 de la tarde, dos bengalas moradas fueron disparadas desde la torre de Tlatelolco. A las 6:10, sobrevoló la plaza un helicóptero del cual dispararon bengalas, el primer verde y la segunda roja, presumiblemente, como señal para que los francotiradores del Batallón Olimpia apostados en los edificios Chihuahua,  así como varios miembros del Batallón Olimpia parapetados en los departamentos del Chihuahua y en el corredor del tercer piso, abrieran fuego en contra de los manifestantes y militares que resguardaban el lugar, para hacerles creer a estos últimos que los estudiantes eran los agresores.

Los militares, en su intento de defenderse, repelieron la agresión de los estudiantes, pero ante la confusión, los disparos no fueron dirigidos contra sus agresores, sino hacia la multitud de manifestantes que se encontraban en la plaza de Tlatelolco.

Muchos manifestantes lograron escapar del tiroteo y se escondieron en algunos departamentos de los edificios aledaños, pero esto no detuvo a los miembros del ejército, que —sin orden judicial— irrumpieron en algunos de los departamentos de los edificios de la Unidad Tlatelolco, para capturar a los manifestantes. Horas después, la plaza estaba llena de cadáveres y personas heridas. Los estudiantes fueron llevados a culatazos a dos lugares: las puertas de los elevadores del edificio Chihuahua, donde fueron desvestidos quedando solamente en ropa interior y golpeados, y al exconvento situado al lado de la Iglesia de Santiago-Tlatelolco, donde reunieron a aproximadamente 3,000 detenidos. Otros fueron desnudados en las paredes del convento, donde un mes después aun podían ser vistas manchas de sangre en los muros, entonces blancos de la construcción. Los periodistas fueron registrados y confiscados sus rollos usados y vírgenes, algunos incluso fueron desvestidos y otros, como Oriana Fallaci, resultaron heridos. La Plaza fue limpiada por el cuerpo de bomberos y la tropa de soldados se mantuvo ahí hasta el 9 de octubre. Varios testigos aseguran que, durante este lapso, el Batallón Olimpia se disfrazó de empleados de luz y agua para poder buscar estudiantes fácilmente. Los detenidos, por su parte, fueron enviados a distintas cárceles de la Ciudad de México; los cabecillas fueron enviados al Campo Militar número uno o al Palacio Negro de Lecumberri.

En ese 2 de octubre escuchaba sin oír, mi mente como de niño abandonaba el cuerpo, me llamo la atención sin embargo un Helicóptero que sobrevolaba la Plaza, siempre me han gustado los aparatos, se escuchaba no se preocupen compañeros nos provoquemos a los compañeros soldados, son también pueblo, se escuchaba como brisa, del otro lado en los edificios varios hombre de pelo corto, ah como llegue a odiar a los hombre de pelo corto, con un pañoleta y un guante blanco, se desplazaban nerviosos, ¡ah cómo odio a los hombres de pelo corto, con radio y nerviosos, se mezclaban, todo era normal, o no lo era? De repente, me llama la atención una luz de bengala de color morado, qué bonito, una señal, no se marcó el cielo, y todo se desborda como una tormenta de pavor, de destrucción de muerte, suenan tiros y caen varios soldados, les dispararon de los edificios, ¿quién, ¿quién?

Los soldados mueren y se levantan como un muro de muerte ya si sin decir nada disparan a la multitud y causan muerte destrucción, vejación, enajenación no quiero recordar la muerte, me duele lo que escribo, qué escena Dante, muerta la gente, todos al suelo, en el suelo, levanto la mirada y todos corren, mueren, gritan y sollozan, ¿por qué en esos momentos se pierden tantos zapatos? Era un campo de muertos de heridos, de llanto de quejidos y de zapatos, me acerco a ayudar a una mujer a una madre caída, la quiero auxiliar y me dice:

—Me duele ayúdeme.

La quiero levantar, tenía le vientre manchado de sangre, me ve en los ojos y balbucea...

—Ya no puede más, me muero, madre de todos, madre de Patria,

me dice.

 —Cuide por favor a mis hijos. Se desangra en mis manos y se va allá a dónde iremos todos en algún día lejano a dejar todo.

 Mis manos llenas de sangre de esa sangre que no seca, de esa sangre que aún hoy me quema, como no querer cambiar carajo esto por favor me marco para siempre del alma, el cuerpo, el seso. Yo llevaba un jersey blanco y azul de los pumas que queda manchado de sangres, la gente piensa que estoy herido, si realmente estoy herido como este herido todo México.

 Se arremolina la memoria, el dolor sale del alma, me marcaron con sangre de mi pueblo, de esa sangre que no saldría jamás, cómo explicar siquiera lo que significa la muerte, cómo sentir de dentro la muerte, cómo ver la muerte, ella tan lejana, siguieron los miles de sonidos lúgubres de pecho tierra entre ese mar de zapatos, entre ese mar de dolor, caminé, me arrastré, gemí con un grito de parto desde de lo más profundo del alma, pasaban tantas cosas, no acercábamos al edificio Chihuahua, hay nombres que se marcan con fuego, que no se olvidan que regresan a causar dolor, dolor de memoria, dolor de muerte, se arremolina, el caos es eso, desorden, muerte, los apretujaban, las llevaban a las mujeres de los pelos y las escaleras se tornaban en provisionales cárceles de los hombre sin pelo, de esos los nerviosos, de esos los de la guantelete, de esos los sin madre. Todo un instante parecíamosmuertos, estábamos vivos, nos arremolinamos, perdimos el miedo o ganamos el miedo, los recuerdos, la avenida Reforma, llegar a la centenaria y porfirista calle, saltar el barrio hacia Peralvillo, que ideas, pero afuera de ese círculo de muerte se veía la muralla verde, otro circulo de muerte, estábamos perdidos era una trampa, era la trampa de la vida, era la trampa de la muerte.

Llegaron rápidamente unos camiones militares se bajaron los hombre-muerte y aventaron vivos y muertos, se llenó el camión de expiración, lo que tomaban lo lanzaban como se expulsa la vida, como se conoce la muerte, miedo, parálisis del miedo, porque algunos podemos sobrevivir a pesar del miedo, pasó un Volkswagen, el carro del pueblo, salió una nueva metralleta, ametralló a los soldados para enardecerlos, para enviar el mensaje de misteriosos enemigos,  se abrió por un instante el circulo de la muerte y salimos corriendo con la piernas de la juventud y la gasolina del miedo, no sé cuánto corrí, no recuerdo haber visto Reforma o carros o nada, llegué literalmente hasta el mercado de ladrones de Tepito, ahí entre ellos me sentí seguro, miles de preguntas, que pasó muchacho, nada, no decía nada, no podía hablar de miedo, no podía hablar de miedo, ¡Carajo, qué pinche miedo!

En consecuencia, aún se desconoce la cifra exacta de los muertos y heridos. El gobierno mexicano manifestó en 1968 que fueron solo 20 muertos; tres años más tarde, la escritora Elena Poniatowska, en su libro La noche de Tlatelolco, publicó la entrevista de una madre que buscó entre los cadáveres a su hijo y reveló que por lo menos había contado 65 cadáveres en un solo lugar.  El periodista inglés, John Rodda, en sus investigaciones independientes, durante las que entrevistó sobrevivientes y testigos de los sucesos en los hospitales, calculó que el saldo fue de 325 cuerpos. Años más tarde, en una segunda investigación, el número se rebajaría a 250.

Algunos autores, como Jorge Castañeda, creen que todo uso de la fuerza pública comenzó a ser magnificado por la población luego de la operación contra los estudiantes en Tlatelolco. Este autor sostiene que los estudiantes asesinados fueron 68, y que también murió un soldado. 

Sin embargo, la BBC de Londres, en una acotación hecha en el 2005 al despacho informativo original del 2 de octubre de 1968, y luego de conocerse las implicaciones de la CIA en los hechos, sostiene que el número de víctimas oscila entre 200 y 300, y que los cuerpos rápidamente fueron retirados en camiones de transporte del ejército. 

En general, las estimaciones calculan el número de muertos en un rango que va de los 200 hasta los 1500.  Testigos afirman que hubo grúas recogiendo centenares de cadáveres que había a su paso para luego ser arrojados e incinerados. El sábado 12 de octubre de 1968, Díaz Ordaz, estuvo presente en la inauguración de los XIX Juegos Olímpicos, bautizados como la olimpiada de la paz; durante la ceremonia, un grupo de manifestantes lanzó sobre el palco donde el presidente se encontraba un papalote de color negro en forma de paloma, en repudio por la matanza del 2 de octubre. Que importa el número de muertos yo fui testigo de muchos, un magnicidio no se contabiliza uno por uno, se ve se siente, no se pueden ocultar las decenas, centenas, miles de muertos acumulados en los camiones del ejercito.

Pese a la fuerte estrategia de censura del gobierno de México, luego de saberse la noticia de la matanza del 2 de octubre, se suscitaron diversos actos y hechos asociados de repudio. El caricaturista Abel Quezada publicaría como cartón el 3 de octubre en el diario Excélsior un recuadro negro con la leyenda ¿Por qué? Por su parte, algunos funcionarios mexicanos como Sergio Pitol, que se desempeñaban como agregado cultural en Belgrado, renunciaron a su puesto.   Se ha dicho que hizo lo mismo Octavio Paz como embajador de México en la India, si bien, el escritor se colocó “a disponibilidad” y continuó cobrando un sueldo como parte del servicio diplomático mexicano hasta 1973.

Mucho se ha dicho sobre la famosa frase que el periodista Jacobo Zabludovsky pronunció en la entrada de su noticiero del 3 de octubre: “Hoy fue un día soleado” (sic),   que en general se usa como ejemplo de cómo los medios de comunicación y el gobierno estaban en complicidad para tapar lo ocurrido. Sin embargo, diversas investigaciones posteriores han desmentido la existencia de dicha frase dado que Zabludovsky en aquella fecha presentaba un noticiero vespertino que se emitía a la misma hora en que sucedieron los hechos de Tlatelolco.

Los medios de comunicación ante los hechos fueron escuetos. Novedades: “Balacera entre francotiradores y el ejército, en Ciudad Tlatelolco”. El Día: “Muertos y heridos en grave choque con el ejército en Tlatelolco”. El Sol de México: “Responden con violencia al cordial llamado del Estado. El gobierno abrió las puertas del diálogo”.

Como claramente se ve, las palabras “represión”, “matanza”, “ejecución” estaban ausentes de los titulares. El sometimiento de los medios impresos y más el de los electrónicos fue total, no solo al día siguiente de la matanza del 2 de octubre sino durante toda la cobertura del Movimiento Estudiantil.

No había otra “línea” en las líneas ágatas de los periódicos más que la dictada desde las oscuras ofi cinas de la Secretaría de Gobernación, encabezada por el instigador de la matanza, Luis Echeverría, o la sumisión absoluta al abogado de barandilla Gustavo Díaz Ordaz transformado en presidente de la República en los momentos más delicados de la nación. Carlos Monsiváis, en su extraordinario ensayo-crónica, El 68,

La Tradición de la Resistencia resumió así la situación de un país de la unanimidad con el presidente de la República en los medios informativos: En 1968, al sistema informativo de los capitalinos lo norma la prensa (leída por la minoría significativa), la televisión (espacio de la mayoría crédula y distante) y el rumor, ocupado sobre todo en las alzas y las caídas de las fortunas políticas. El periodismo dominante es ‘totémico’, que apenas se lee pero se compra porque defi ende las causas del lector.

El anticomunismo es parte del sentimiento colectivo y el nacionalismo es todavía la ideología sentimental al uso. Pequeñas “perlas” de protesta escandalizaron un absoluto divorcio

de los periódicos ante la población: el cartón negro de Abel Quezada, con la pregunta “¿Por qué?” le valió una dura reprimenda del gobierno a Julio Scherer director del Excélsior por sus comentarios editoriales; la corbata negra, en señal de luto, de Jacobo Zabludovsky en la pantalla le valió una reprimenda del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Un poema de Rosario Castellanos, chiapaneca, priista y respetada fue apenas un destello de lucidez frente a una clase intelectual aplastada y controlada: “la Plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo”; el poeta Octavio Paz renunció a la embajada mexicana en la India, en medio de la indiferencia de los medios, siendo esta la protesta más fuerte al interior del gobierno. La indignación silenciada en los medios ante una matanza que excedió con mucho los 27 muertos ofi ciales (quizá 250 o más de 350, según los cálculos de los testigos), solo es equiparable con el miedo a una represión más extendida. Solo se puede contextualizar con la invisibilidad o la sanción en contra de eventos claves como la Marcha del Silencio del 13 de septiembre, la renuncia del rector Javier Barros Sierra el 23 de septiembre ante la ocupación militar de Ciudad Universitaria o la cobertura casi inexistente de los enfrentamientos y los muertos en el Instituto Politécnico Nacional.

Un tremendo silencio fue acrecentando la sospecha generalizada de una matanza de grandes dimensiones. Únicamente la prensa extranjera retomó lo ocurrido como una matanza que cortó el vuelo del movimiento estudiantil mexicano, enlazado con el Mayo Francés del mismo año; las protestas por los derechos civiles en Estados Unidos; y lo ocurrido en Praga: la intervención rusa para frenar el intento de reforma del régimen comunista. El periódico británico The Guardian fue el primero en mencionar la cifra de 300 muertos, más decenas de heridos que llegaron a los hospitales capitalinos.

La periodista italiana Oriana Fallaci, presente el día de la matanza, escribió en la revista Look, el 12 de noviembre de 1968, el primer testimonio de una reportera que desmintió la versión oficial del ejército mexicano: Después del anuncio, una chica de unos 17 o 18 años, con voz como de pajarito, dijo: ‘Quiero pedirles que permanezcan tranquilamente’. todos aplaudieron. Luego, otro dijo: “Queremos enseñarle al gobierno que sabemos otras formas de lucha. El lunes, iniciaremos una huelga de hambre. En ese momento, un helicóptero apareció sobre la plaza, bajando, bajando. Unos segundos después, lanzó dos luces verdes en medio de la multitud. Yo grité: ‘Muchachos, algo malo va a pasar. Ellos han lanzado luces’. Me contestaron: ‘Vamos, usted no está en Vietnam’. Pero yo repliqué: ‘En Vietnam, cuando un helicóptero arroja luces, es porque desean ubicar el sitio a bombardear. No más de tres segundos después, escuchamos el fuerte ruido de carros militares acercándose y estacionándose bajo alrededor de los dos lados de la plaza. Los soldados saltaron con su ametralladora y abrieron fuego inmediatamente. No al aire, como para amedrentar, sino contra la gente. En seguida, nos dimos cuenta de que en los balcones había más soldados con ametralladora y pistolas automáticas. Habían estado ocultos. Me helé. Sócrates, el muchacho que tenía el micrófono, gritaba: ¡Compañeros, no corran, no se asusten! Es una provocación. Quieren atemorizar. ¡No corran!

 Las armas apagaron su voz. El volvió a gritar: “¡No corran!” y las armas volvieron a disparar. Había mujeres brincando por las escaleras y por las paredes con niños en sus brazos. Yo no tenía idea de a dónde ir, y de repente, escuché un fuerte ruido en las escaleras. Estaban disparando y fuimos rodeados por policías vestidos de civil. Cada uno de ellos tenía un guante o un pañuelo blanco en su mano izquierda, para que pudieran reconocerse. Saltaron sobre los dirigentes estudiantiles y sobre mí. Uno mejaló los cabellos y me tiró contra la pared. Me golpeé la cabeza, me doblé y caí.

El relato de Fallaci estremece aun. Fue una de las pocas crónicas periodísticas publicadas días después que rompió con la versión oficial. Líneas abajo, la periodista italiana relató que el tiroteo empezó a las 5:45 de la tarde. Ella fue herida cerca de una hora después. Y permaneció en Tlatelolco hasta las 8:30 pm. Ella vino a cubrir “Las Olimpiadas” y se convirtió en una feroz crítica del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y le reclamó al gobierno italiano por qué no retiró su delegación deportiva Fallaci no regresó a México. El Sol de México canceló los servicios de la United Press International (UPI) por la cobertura de su reportero

Mike Hughes, quien llegó a mencionar la posibilidad de cancelar los Juegos Olímpicos. Los ocho minutos del noticiario Excélsior. A pesar del férreo control gubernamental, hubo imágenes que no se pudieron evitar. El Excélsior era el responsable del Noticiero de Excélsior que se transmitía en la noche en el canal 2 del entonces Tele sistema mexicano (hasta 1972 se convertiría en Televisa). Las imágenes eran una secuencia filmada desde el tercer piso del edificio Chihuahua, de Tlatelolco. La cámara estaba a ras del suelo y se veía a los líderes del Consejo Nacional de Huelga, tirados. Se escuchaban las ráfagas. El presentador afirmó que había ocurrido “algo muy grave, hubo un tiroteo”. Monsiváis recordó en entrevista con Jesús Ramírez Cuevas que “después pasaron como ocho o 10 minutos al aire: se ve la gente tirada, se oyen los gritos, las quejas, los insultos, todos estaban tirados: el reportero que narraba y el camarógrafo. Nadie se levantaba.

Luego se ve cuando entra un grupo civil y se lleva a los estudiantes, a los que se ve bajar las escaleras en medio de la balacera. Ahí se interrumpe la transmisión”.

 En cambio, “Monsiváis propone una lectura: nada tuvo la contundencia de las imágenes de los jóvenes tirados en el piso. Ahí se ve a un movimiento pacífico pecho-tierra ante la conversión de la plaza en un campo de batalla. Esos minutos transmitidos por Excélsior fueron importantísimos. Era la prueba más contundente que no habían disparado los estudiantes ni habían resistido” (Masiosare, en La Jornada, 20 de octubre de 2002).

La revista Por qué, del periodista yucateco Mario Renato Menéndez fue la única que publicó un número con fotografías de jóvenes ejecutados, apilados en una barda. En su portada se leía: “La matanza. ¡Asesinos! ¿Quién manda en México?”. La osadía le valió la cárcel a Menéndez, quien pasó algunos años en Lecumberri por órdenes de Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación. Menéndez recordó en entrevista con El Mañana que fueron muchos periodistas quienes le dieron sus fotografías. “Todas esas fotografías estaban prohibido publicarlas. ¿Entonces qué pasa, qué ocurrió? Fotógrafos de los distintos medios se sintieron ofendidos y entraban a verme llorar, decían: ‘usted puede publicar, a nosotros nos prohibieron todo esto. Y yo estaba tan alterado también, que eché para adelante todo” (El Mañana, 3 de octubre de 2015).

 El 3 de octubre, el general Marcelino García Barragán, entonces secretario de la Defensa Nacional, da una conferencia de prensa, en la que justifica la intervención del ejército: “Se ordenó un dispositivo para evitar que los estudiantes fueran del mitin de Tlatelolco al Casco de Santo Tomás, el ejército intervino en Tlatelolco a petición de la policía y para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes”. Y asienta: “el comandante responsable soy yo. No se decretará el estado de sitio. México es un país donde la libertad impera y seguirá imperando”. Y amenaza con actuar con la misma energía si “aparecen más brotes de agitación”.

Los soldados continúan cateando los edificios cercanos a la Plaza de la Tres Culturas en busca de estudiantes que se habían refugiado en ellos durante la refriega del día anterior. Muchos jóvenes son detenidos y conducidos al corredor de la planta baja del edificio Chihuahua, donde permanecen varias horas con los brazos en alto. Según informes oficiales, las cifras de personas civiles muertas y heridas en Tlatelolco, registradas hasta este día, son 30 muertos y 70 heridos; 53 de ellos heridos graves. También se notifica que en el Campo Militar Número Uno está detenidas 1500 personas. El 4 de octubre, a dos días de la matanza, se aprueba en la Cámara de Diputados un punto de acuerdo del PRI y del PARM que acusa a los estudiantes de ser “marionetas” y justifica la represión en respuesta al “clamor popular de que se mantuviera el orden público”. Incluso, el entonces diputado federal priista

Víctor Manzanilla Schaffer, yucateco para la desgracia de los peninsulares, sentencia en la tribuna un silogismo memorable: “preferimos ver los tanques de nuestro ejército salvaguardando nuestras instituciones, que los tanques extranjeros cuidando sus intereses”. Por supuesto, fue la frase más destacada por los medios de comunicación.

 La minoría de legisladores del PAN y del PPS, los dos extremos unidos en contra de la represión, rechazan el punto de acuerdo. El diputado panista Gerardo Medina les reprocha: “no hay diálogo, señores, porque las balas nunca han sido un instrumento de diálogo”.

Solo la intervención del director del periódico Julio Scherer los libera horas después. Este manifiesto se convirtió en la

primera descripción de lo que realmente sucedió en Tlatelolco:

 1.-El mitin, iniciado alrededor de las 17:30 horas, estaba desarrollándose en perfecto orden.

 2.-El primer orador estableció que después del acto, los asistentes

debían retirarse de la Plaza, también ordenadamente.

 3.-No se hizo ningún disparo anterior a la intervención de la fuerza pública

 4.-El ejército no previno a los asistentes en forma alguna antes de la agresión.

 5.-La fuerza pública mantuvo un fuego intermitente.

 6.-La fuerza pública hizo detenciones masivas en forma ilegal.

 7.-Hasta el momento, hay un gran número de desaparecidos que fueron capturados en el lugar de los hechos por la fuerza pública, responsable de su seguridad.

 8.-Se allanó un gran número de hogares con lujo de violencia.

 9.-Ninguno de estos actos delictuosos puede ser justificado por las autoridades ni ha sido explicado legalmente

No hace falta escribir más, sobre los compañeros que nunca regresaron, como volvimos a la UNAM entre vayas de soldados, de insultos de “huevones” pónganse a estudiar con sus bayonetas, de eso dejamos a la historia que lo juzgue, lo que debemos de cuidar es nuestra débil democracia salgamos el 2 de junio a VOTAR por el que sea nuestra preferencia en una sociedad plural hay de todo, y todos tienen derecho a su opinión, respetemos a las mayorías y a las minorías por el bien de MEXICO.

 


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